El lejano Oeste, año 1784 después de Fraga. Un yermo páramo, un pueblo solitario y tranquilo, 4:30 de la tarde, calor terrorífico y para muchos... la hora de la siesta.
El tranquilo paseo de una planta rodadora con una suave brisa hace acaecer el cataclismo.
- ¡¡CATACLIS!! (-mo)
Un ruido de cristales rotos retumba en la silenciosa calle, un hombre sale por la ventana (obviamente con la inestimable ayuda de otro caballero) y rueda por la arena rojiza perdiendo en el camino el sombrero, la cartera, una foto del Papa y un gato que se le había enganchado a la pierna.
Se levanta con tranquilidad, está hecho un macho machote. Parece que está ileso, sin ningún rasguño y con más energía que la que tenía antes de ser arrojado con vileza por el ventanal... pero por dentro se siente como si le hubieran dado una patada en la entrepierna con una bota de punta de acero inoxidable de la minas de Potasas...
Otro hombre sale cabreado del bar:
- Jimmy, maldito cabrón... te repito que he sido YO el primero en ver esa bola rodante pasar por delante del bar – dice el recién aparecido en escena.
- ¡Eso jamás! – replica “el hombre volador”.
- Te vas a enterar de lo que vale un peine – amenaza el primero.
- En la tienda de Goffrey vale 3 dólares con 80 centavos, todo un robo.
- En eso coincido contigo, pero también es verdad que a ver quién quiere un peine cuando tenemos maquilladoras profesionales a nuestra disposición.
- Cierto es... por cierto, te ha salido un brillo muy feo en la mejilla izquierda, Bill.
- ¿Qué? ¿Es eso cierto? ¡Maquilladora!
Una mujer entra rauda en escena con todo un mini-stock de cacharretes de retoque y decoro.
- A ver, ¿dónde dices que tengo esa chufa, Jimmy?
- Justo aquí, Bill – Responde Jimmy, aún cubierto de arena roja, soltándole un zurdazo en toda la jeta a su compañero de reparto.
- Maldito seas Jimmy, ya es la quinta vez que lo haces en lo que va de hora, pero esta vez te vas a enterar – dice desenfundando las pistolas.
En estas que la señorita del maquillaje se evapora con todo su artilugiería (que es una palabra que no existe pero... ¿a que suena chula?), no porque ya haya terminado su trabajo (que también) sino porque considero que ya no pinta nada en esa escena... y como soy el escritor se aguanta un rato y desaparece. No se va, tan tranquila, sino que se evapora cual gotilla solitaria de “hache dos o” en el desierto.
Ejm... volvamos con nuestros dos chifla.... vaqueros.
Jimmy tranquilamente coge su sombrero y se lo pone. Bill se lo quita de la cabeza de un balazo. Jimmy se acerca de nuevo hasta el sombrero y se lo vuelve a poner, Bill dispara de nuevo y el sombrero vuela una vez más rumbo al Sol... pero como la gravedad es tozuda, su libertad se ve negada y termina en el suelo de nuevo.
Después de repetir esta escena cinco veces, Jimmy se da cuenta que a este paso no le va a quedar sombrero que pueda zurcir después, y decide cambiar de estrategia. Se pone el sombrero, y antes de que Bill dispare, saca sus pistolas también.
Bill asiente solemnemente, pero con una sonrisa pícara en la cara. Se alejan los dos a una distancia prudencial y se quedan en el hemici.... en el epicen.... semicen.... vamos, justo en el centro de la calle.
Se miran durante largo rato... tan largo rato que el Sol comienza a descender. Cuando se pone rojo, Bill exclama:
- ¡Jimmy! ¡Has pestañeado! Acabas de perder 30 dólares.
- ¿Qué? – contesta el otro - ¿Pestañear yo? Será que te lo has figurado, como estás más cegato que una rata metida en un bidón de alquitrán...
- Jimmy, quiero mi dinero, o pronto podrás presumir de tener dos ombligos.
- Eso será si consigues acertarme, que con la puntería que tienes tendría que asustarme más si disparas a aquél barril de ahí que si me apuntas a mí... tendrías más opciones de darme.
- Jimmy, no te metas con mi bizquera... Aunque sea bizco y tuerto tengo una puntería excelente.
- Hasta que te vengan cataratas a ese ojo “sano” Bill, hasta que te vengan.
- Grrrrr, serás.... – ruge Bill arrojando las pistolas y corriendo para embestir a Jimmy.
Jimmy tira las pistolas, agarra al gato del principio de la escena que aún seguía por ahí por la cola, y corre hacia Bill.
Cuando se chocan, comienzan a darse de puñetazos, patadas, mordiscos, aguijonazos, arañazos, y tirones de pelo varios. Cuando acaban, los dos hombres están tumbados en el suelo boca arriba, cansados, exhaustos. El Sol ya casi se oculta tras el pico de Jerónimo, el conocido monte de Kansas city, ciudad de los sesteantes (también conocidos como “Kansenses” ó “Kansados”).
Los dos hombres se levantan:
- ¿Estás bien Jimmy?
- Estupendamente, Bill, ¿y tú?
- No he estado mejor en la vida.
Ninguno de los dos está fingiendo, no están heridos, ni doloridos, sólo están cansados. Esto tiene una sencilla explicación.
Aunque se han pegado media tarde dándose de tortazos...
- ¿Crees que Dolores se enfadará si descubre cómo ha quedado su pobre gato?
... todos los golpes han ido al pobre diablo del gato.
- Es posible que lo haga Bill. Volvamos a casa, que se ha hecho tarde.
- Sí... volvamos a casa, hermano.
Sé que no es una manera muy elegante de
acabar un relato, pero me parece que ya es suficiente por hoy. Si a alguien le apetece, escribiré un relato serio de vaqueros... otro día. Espero que os haya gustado y os hayáis reído (aunque sea un poquito) con él.
Dedicado con cariño para mi amiga Ana, que cumple años hoy. ¡¡¡Felicidades!!!
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